Cada año, a finales de marzo se cambia el horario. De esta manera, anochecerá más tarde y los días serán más largos. Este cambio se viene realizando desde los años 70, con el objetivo de reducir el consumo de energía y acercar las horas de la jornada laboral a las de luz natural.
El origen del cambio horario estacional se remonta a 1784 cuando Benjamin Franklin, por aquel entonces embajador de Estados Unidos en Francia, envió una carta al diario Le Journal de París en la que proponía algunas medidas para el ahorro energético. Entre ellas se encontraba el cambio horario en dos situaciones que favorecían el ahorro de energía:
Horario de verano: el cambio se lleva a cabo el último domingo del mes de marzo. Se adelantan una hora los relojes, por lo que las 2:00 a. m. pasan a ser las 3:00 a. m. Es decir, se le quitan 60 minutos a la noche para "dárselos" al día.
Horario de invierno: el cambio se lleva a cabo el último domingo del mes de octubre. Se atrasarán una hora los relojes, por lo que a las 3:00 a. m. serán las 2:00 a. m. Se devuelven los 60 minutos a la noche.
Nuestro organismo tiene un regulador horario que está en el centro del cerebro y que se regula mediante la luz solar y los estímulos del entorno; entre ellos destacan los horarios de alimentación y de actividad física.
Este controlador o reloj central interno regula un ciclo diario que afecta a los niveles de las hormonas y a todo nuestro cuerpo, por lo que, cuando cambia el ritmo de la luz externa o el ritmo de las tareas, puede desorientarse y eso es lo que le ocurre con los cambios horarios.
En los lactantes este reloj central interno está operativo a partir de los 5-6 meses de edad y tiene en la lactancia materna su mejor aliado, al contener por la noche la leche de la madre una mayor cantidad de la hormona que facilita el sueño (melatonina) y la regulación de este reloj central.
Cada persona tiene su propio ritmo genético de adaptación a los cambios horarios, también cada etapa de la vida, siendo los niños y los mayores los grupos de población más sensibles a estas alteraciones.
Al mismo tiempo, el entorno en el que los niños viven juega un papel fundamental en la adaptación. Aquellos niños que viven en entornos con hábitos horarios de alimentación, exposición a la luz natural y actividad física más regulares se adaptan con menos problemas, más fácilmente y rápidamente al cambio horario que aquellos que viven en entornos más anárquicos.
En general, los lactantes pueden experimentar alteraciones en su alimentación, mientras que los niños en edad escolar pueden tener mayores dificultades para despertarse y atender en clase.
Las pequeñas alteraciones ocasionadas por el cambio horario se superan en un corto espacio de tiempo de entre 3 y 7 días si el entorno acompaña, y solo si estas persisten es recomendable acudir al médico por si estos síntomas se debiesen a otra causa.
Las consecuencias sobre el organismo son algunos de los efectos normales que se observan habitualmente, facilitados por el cambio de horario de primavera, que ha obligado a adelantar los relojes una hora: