La fiebre amarilla es una infección vírica transmitida por un mosquito y caracterizada en sus formas graves por cursar con fiebre, coloración amarilla de piel y mucosas, hemorragias y fallo renal.
La fiebre amarilla es una fiebre hemorrágica producida por un virus de la familia Flaviridiae, que se produce en áreas selváticas de África Sub-Sahariana y Sudamérica (Brasil, Perú, Bolivia, Ecuador, Venezuela y Colombia) donde es un problema de salud pública. El hombre se infecta esporádicamente en núcleos de población cercanos a las zonas selváticas, dónde viven monos afectos por esta enfermedad. La transmisión al hombre ocurre habitualmente a través de la picadura de un mosquito (Aedes aegypti), que suele picar durante el día.
Tras la picadura del mosquito, el periodo de incubación es entre tres y seis días. El espectro clínico es muy amplio, desde una enfermedad febril inespecífica a una muerte fulminante.
Durante los primeros 2 o 3 días, cursa con fiebre alta (39-41ºC), dolor de cabeza, dolor muscular en la zona lumbar, disminución del apetito, náuseas, vómitos, irritabilidad y sensación de mareo. Las conjuntivas están de un color muy rojizo y son frecuentes las hemorragias gingivales (de las encías) y nasales (epistaxis). En esta fase es muy difícil distinguirlo de otra enfermedad aguda. Con lo que, en ocasiones, en las formas leves de enfermedad, no se sospecha sino se produce un brote epidémico con más casos.
Posteriormente, ocurre un periodo de remisión de 1 o 2 días, dónde la mayoría de los pacientes se recupera 3-4 días después. Aunque en el 15% de los casos, aproximadamente, puede evolucionar a la forma fatal de la enfermedad: reaparece la fiebre, acompañada de vómitos más frecuentes, dolor en epigastrio, postración y coloración amarilla de la piel y las mucosas junto con hemorragias, es el llamado periodo de intoxicación. La mitad de los pacientes que entran en la fase tóxica mueren en un plazo de 10–14 días y los demás se recuperan sin lesiones orgánicas importantes.
El diagnóstico definitivo puede establecerse mediante análisis de sangre. El virus puede aislarse en sangre en la fase aguda de la enfermedad. Para la interpretación de las pruebas diagnósticas que miden anticuerpos y se pueda confirmar el diagnóstico, es necesario conocer las inmunizaciones previas que ha recibido el paciente.
No hay tratamiento curativo para la fiebre amarilla, consiste únicamente en medidas de soporte.
La forma más efectiva de prevención y control de la enfermedad es la vacunación contra la fiebre amarilla de las personas que residan en zonas endémicas o de viajeros que se desplacen a estas, así como la exigencia del certificado de esta vacuna a las personas que abandonan una zona endémica, para evitar la diseminación.
La vacuna frente a la fiebre amarilla es de virus vivos atenuados. Es segura, asequible y muy eficaz; una sola dosis es suficiente para conferir inmunidad y protección de por vida, sin necesidad de dosis de recuerdo.
Los efectos secundarios suelen ser leves y manifestarse sólo en un 2-5% de los vacunados con febrícula, mialgias y cefaleas. Aunque no está recomendada en niños menores de 9 meses, en circunstancias determinadas y dependiendo del riesgo de exposición puede decidirse la administración de la vacuna. Los niños con edad inferior a 6 meses bajo ninguna circunstancia deben ser vacunados frente a la fiebre amarilla, ya que el riesgo de padecer encefalitis es elevado (1%). Esta vacuna también está contraindicada en personas con inmunosupresión (pocas defensas), embarazadas y antecedentes de hipersensibilidad grave al huevo, aunque en este último caso si es imprescindible la administración de la vacuna, se puede hacer de forma fraccionada bajo vigilancia en una Unidad de Alergia.
Dormir bajo una red mosquitera impregnada de insecticida, comprobando que no tenga agujeros y que esté adaptada al colchón.
Usar insecticidas en la habitación antes de acostarse.
Utilizar ropa de manga larga, pantalones largos y calcetines, especialmente cuando se esté al aire libre al anochecer.
Utilizar insecticidas con DEET (dietiltoluamida) en la piel y ropas, en formulaciones adecuadas para el uso infantil.
Cubrir las ventanas y puertas con una red.
La fiebre amarilla no se transmite entre humanos en ausencia del mosquito, por lo cual no es una enfermedad contagiosa y no debe tomarse ninguna medida especial de precaución ante el contacto con un enfermo.