Hepatitis significa inflamación del hígado. Este órgano, situado debajo del pulmón derecho y protegido por las costillas, hace las funciones de laboratorio central del cuerpo, centro depurador de muchas sustancias y fabricante de otras, como factores de la coagulación, y también es pieza fundamental en la digestión de los alimentos (fabricación de la bilis) y especialmente en su asimilación por el organismo, pues todo lo que se absorbe en el intestino, pasa primeramente por el hígado para ser allí tratado.
La inflamación trae como consecuencia que el hígado no pueda realizar a pleno rendimiento sus muchas tareas y esto puede provocar síntomas, que dependerán del grado y tipo de inflamación, aunque no son raras las formas asintomáticas y que solo se detectan casualmente por un análisis de sangre.
En función de la duración de la enfermedad se clasifican en agudas, si duran menos de 6 meses, y crónicas, si persisten al cabo de un semestre.
Con gran diferencia, la causa más frecuente de las hepatitis en los niños es infecciosa, es decir, provocada por microbios y, dentro de estos, los virus se llevan la palma. Gran número de estos gérmenes pueden dar lugar a alteraciones hepáticas transitorias y sin ninguna importancia, durante las infecciones que nos producen y que se manifiestan con síntomas de otro origen, como respiratorios o gastrointestinales, pero los productores más característicos de hepatitis son los llamados virus A, virus B y virus C.
Fuera de las causas infecciosas, es conveniente tener presente que el hígado puede también resultar inflamado por determinados fármacos (hepatitis medicamentosas) o por sustancias como el alcohol (hepatitis tóxicas).
Los síntomas clásicos son: fiebre, ictericia (con orina oscura y heces pálidas), náuseas, dolor abdominal, malestar e inapetencia, a veces también dolores en las articulaciones e incluso erupción en la piel. Pero estas manifestaciones no siempre están presentes, pues, como se comentó, no son raras las formas con pocos síntomas (o ninguno aparente), especialmente en los niños pequeños.
El médico podrá detectar, palpando el abdomen del niño, el posible aumento del tamaño del hígado (hepatomegalia) y a veces también del bazo (esplenomegalia).
La confirmación de si se tiene o no una hepatitis, se realiza por medio del análisis de las transaminasas. Estas son unas sustancias que, cuando aumentan en la sangre por encima de ciertos niveles, indican inflamación activa del hígado, es decir, hepatitis, aunque no aclaran la causa.
Para investigar el origen de la enfermedad, en ocasiones habrá que hacer pruebas serológicas (determinación de anticuerpos en la sangre) o de otros tipos
Las hepatitis infecciosas producidas por virus no tienen un tratamiento específico eficaz, salvo en el caso de la hepatitis C. Los niños se curan "cuando les toca curar". No es preciso, como antaño se recomendaba, mantener reposo en cama durante la enfermedad; será el propio niño o adolescente quien fije, en función de la intensidad de su decaimiento, su grado de actividad. Deben evitarse sustancias que podrían dañar a un hígado inflamado, como ciertos medicamentos (paracetamol) y sustancias como el alcohol, en los adolescentes y adultos. No es tampoco necesario llevar ningún tipo de dieta estricta, y es que además es frecuente la inapetencia, sobre todo al principio de la enfermedad.
El mejor método para la prevención de la hepatitis A es un adecuado control sanitario (fuentes del agua para consumo y preparación de los alimentos) y la higiene (especialmente el lavado de manos después de cambiar a los niños pequeños en guarderías y escuelas infantiles). Existe una vacuna eficaz comercializada en nuestro país, pero solo se indica en casos especiales, como contactos domiciliarios de enfermos, enfermos crónicos del hígado, varones homosexuales, niños con riesgo de hepatitis fulminante, viajeros a zonas endémicas (niños inmigrantes que vuelven de vacaciones a sus países de origen), etc., si bien en Cataluña, como excepción, se administra de forma rutinaria en la infancia así como en Ceuta y Melilla.
La vacunación universal contra la hepatitis B, implantada desde hace algunos años en España en la población infantil ha provocado la práctica desaparición de nuevos casos en niños y jóvenes. Otra medida de control, implantada también en nuestro territorio, es realizar análisis en el embarazado para detectar a las madres portadoras del virus B y, en este caso, reforzar el tratamiento preventivo del recién nacido administrándole gammaglobulina específica, además de la vacuna al nacer.
En el caso de la hepatitis C, no existe por el momento una vacuna eficaz. Las medidas preventivas se circunscriben a evitar el posible contagio, por medio del control de los productos sanguíneos empleados en las transfusiones (como también en los casos de la hepatitis B y el sida) y en recomendar, en los adultos, no compartir nunca jeringas y practicar "sexo seguro".
Los niños afectados de hepatitis A, y con más razón los que necesiten pañales, no deben acudir a la guardería o la escuela hasta una semana después del inicio de la enfermedad, y además se deberá informar rápidamente del diagnóstico, para que se pueda valorar la necesidad de medidas preventivas complementarias para otros niños asistentes al centro y para los cuidadores adultos.
En el caso de las hepatitis B y C no debe establecerse ningún límite en el acceso a colegios y guarderías, salvo casos excepcionales (conducta anormalmente agresiva -por peligro de mordeduras-, heridas sangrantes, etc.).
Las hepatitis no infecciosas (tóxicas, medicamentosas, etc.) no resultan contagiosas y no precisan, por tanto, de medidas de control relacionadas con la asistencia escuela o el contacto con otras personas.