El fracaso escolar
El fracaso escolar es un problema grave de nuestra sociedad. Pensar que casi una tercera parte de los niños que inician la escolaridad no obtendrán a su debido tiempo el graduado de secundaria es francamente preocupante. De hecho, todo aquello que afecta a la infancia y la adolescencia compromete seriamente el futuro de nuestra sociedad y de nuestro país.
Se ha escrito y ha hablado mucho sobre el fracaso escolar. A menudo se dan las culpas a unos padres demasiado ausentes, a la falta de valores, a unos docentes quemados, a una falta de preparación de las escuelas, a una sociedad enferma,... Son aspectos muy complejos y que no se pueden tratar a la ligera.
Hace pocos días, el profesor Miquel Casas, catedrático de psiquiatría de la Universidad Autónoma de Barcelona, nos recordaba que hay casi un 15% de niños que fracasan en la escuela debido a causas psiquiátricas que se pueden detectar y tratar. Entre estas causas habría todos los problemas vinculados a los déficits de atención, el consumo de sustancias, los trastornos de conducta, los trastornos del sueño, la fatiga crónica y otros.
No se trata de medicalizar ni, mucho menos, psiquiatrizar la sociedad. Se trata de coger el toro por los cuernos y hablar con propiedad de cada situación conflictiva. El conocimiento que tenemos hoy en día del funcionamiento del cerebro humano nos urge a actuar con responsabilidad y hablar con propiedad de los trastornos psiquiátricos que, susceptibles de tratamiento, comprometen el éxito escolar de los alumnos.
Se habla mucho del déficit de atención. A veces parece que está como de moda y que, incluso, sirve de excusa para justificar un deficiente resultado académico. Ahora bien: el trastorno por déficit de atención existe, puede afectar casi un 5% de los niños, y, detectado a tiempo, tiene uno de los tratamientos más eficaces y agradecidos en medicina.
Pero hay que aceptar también que no todo niño que se distrae tiene un trastorno por déficit de atención, ni todo niño que se mueve demasiado es hiperactivo. A menudo en la escuela se detectan síntomas que afectan la capacidad para el aprendizaje y la convivencia en el aula. Del estudio de estos síntomas se puede avanzar hacia un conocimiento más profundo de aquel niño y una posibilidad de ayudarle con eficacia. No me gusta hablar de diagnósticos cuando estamos hablando de niños, de personas que se encuentran en plena fase de maduración. La plasticidad del cerebro infantil nos puede dar muchas sorpresas positivas. Por lo tanto, me gusta evitar poner "etiquetas" a los niños con excesiva precocidad. Pero esto no priva de hablar de un diagnóstico funcional (determinar cuál es la función que está alterada) y plantear un tratamiento que pueda ayudar a la persona para salir de una pendiente de fracasos.
Artículo de opinión por Josep Cornellá i Canals. Traducción del artículo original publicado en Diari de Girona el 8 de septiembre de 2011.